Hace tiempo soñaba con una travesía ártica, me veía con mi pulka y mis esquís atravesando un inmenso lago helado y acampando sobre el hielo durante días. Busqué información igual que puedes buscar un viaje a la luna, como un sueño casi inalcanzable.
Un día asistí a una conferencia sobre el pueblo Inuit, nombre con el que se conoce a los pueblos indígenas de Groenlandia, y al acabar me dirigía a la puerta, cuando algo me impulsó a darme la vuelta y acercarme a la persona que dio la conferencia. Le comenté que era guía de montaña y que me atraían enormemente los entornos árticos, me dio un número de teléfono y una semana después estaba formándome como guía ártico.
Esta formación lleva dos años, hay varias academias en el mundo, pero yo me formé en la European Wilderness Association School, de la que ahora soy profesor y la cual está integrada en la Wilderness Guide Association, WGA. A lo largo de esos dos años de formación pasamos parte del tiempo en entorno árticos o semi árticos, es decir, lugares que no están por encima del círculo polar ártico pero reunen una serie de características que los asemejan a los situados por encima del circulo polar ártico y los hacen muy interesantes para la formación. En uno de estos viajes comienza esta historia.
Febrero de 2017, justo tres meses y cinco días antes de casarme, fui al norte de Suecia, a la zona conocida como Laponia, también llamada, área Sápmi, nombre que hace referencia a sus pobladores autóctonos, los Samis. Esta situada geográficamente en Europa del Norte, limita por el norte con el Océano Ártico. Laponia está dividida entre cuatro países, Noruega, Suecia, Finlandia y Rusia.
Pasamos una semana en Lulea, ciudad a orillas del mar Baltico donde el mar permanece congelado gran parte del invierno. En febrero está totalmente congelado y era un escenario perfecto para realizar toda la formación relacionada con el hielo. Los pueblos indígenas del ártico tienen más de cincuenta palabras para denominar la nieve, dependiendo del tipo. Con el hielo pasa algo parecido, aunque para nosotros solo exista una o dos clases, realmente hay muchos tipos de hielo.
Los pueblos indígenas del ártico tienen más de cincuenta palabras para denominar la nieve
En la formación aprendí a identificarlos y a conocer sus características, conocimiento fundamental para progresar con seguridad sobre el mar congelado. Esta experiencia puedo decir que es una de las más impresionantes que he vivido. Tener esa sensación de estar sobre una placa de hielo gigantesca, totalmente transparente, lo cual refleja el oscuro fondo. A este tipo de hielo lo llamamos “black ice” y es el hielo de mayor calidad.
La pulka y los esquís se deslizan suavemente y el peso del material que llevamos en la pulka desaparece. Pero cuidado porque no todo el mar es “plano”, hay grandes “costuras” en mitad del mar que representan un auténtico muro, que en caso de tener que atravesar complica enormemente la travesía. Estos muros se forman por el empuje en direcciones contrarias de dos placas de hielo, recordando a la tectonica de placas que produce los terremotos.
El atardecer con el sol reflejado en el mar y nosotros con nuestros esquís “navegando” es una experiencia única.
También tuve la oportunidad de darme un “baño” en estas agua congeladas. Nuestro profesión de “hielo” abrió un agujero en el mar congelado con una motosierra y todos fuimos saltando dentro para practicar cómo salir del agua en caso de que la placa de hielo sobre la que te desplazas se rompa. En este caso es fundamental el autocontrol, porque el cuerpo ante esta la eventualidad de caer dentro del agua helada reacciona con una fuerte contracción que afecta incluso a la respiración. Esta contracción es muy estresante, literalmente no puedes relajar los músculos para poder respirar.
El secreto es “relajarte” e inmediatamente vuelves a respirar. Si no sabes esto, puede que el mismo pánico sea tu mayor enemigo y no permita que relajes los músculos, pudiendo tener consecuencias muy graves. Por suerte y gracias a la formación que previamente habíamos recibido, todo salió bien.
También tengo que decir que nos formamos para evitar estas situaciones en la medida de lo posible, por ejemplo, conociendo, como he dicho antes, los tipos de hielo y sus características, haciendo catas de profundidad y calidad del hielo, consultando los partes de hielo, que al igual que un parte meteorológico te indican las condiciones del hielo por áreas, etc…
Los partes de hielo al igual que un parte meteorológico te indican las condiciones del hielo por áreas.
Aunque este ejercicio es uno de los más llamativos, pasar una noche al raso solo con el fuego que tu creas y mantienes sin saco de dormir no se queda atrás. La costa de Lulea está llena de pequeñas islas desiertas, todas con abundancia de árboles y por tanto de leña. Sin embargo, no hay que olvidar que estamos en pleno invierno, todo está nevado y por tanto húmedo. La humedad es uno de los grandes problemas a la hora de hacer fuego, por tanto el gran reto era conseguir hacer fuego y mantenerlo durante toda la noche con las escasas herramientas que habíamos elegido para “sobrevivir” esa noche.
Mi cara a la mañana siguiente lo decía todo, fue una noche dura, cada quince minutos tenía que añadir leña al fuego, era el tiempo justo para echar una cabezadita y el frío me despertaba. Añadía leña y comenzaba de nuevo el ciclo. Aunque parezca mentira, disfruté esa noche muchísimo.
Otro de los momentos más intensos es cuando montamos nuestro campamento sobre el mar congelado. Montar las tiendas en estas condiciones presenta diferencias importantes con la instalación convencional principalmente porque para fijar las tiendas al hielo tenemos que usar tornillos de hielo. La noche sobre el hielo deja sensaciones especiales, como el ruido que produce el hielo por la noche. Los crujidos estremecen, aunque, en general es un buen síntoma de consistencia, pues indica que el hielo está creciendo.
Por último nos despedimos de Lulea practicando el kitesurf sobre el mar helado. El paisaje es perfecto, los vientos más que suficientes y las sensaciones increíbles. Este medio de “transporte” ha ganado adeptos en los últimos tiempos y ha sido utilizado para atravesar Groenlandia en tiempo récord y la mismísima Antártida. Lo realizamos con los esquís y con nuestra pulka enganchada. No es una disciplina fácil de controlar, pero cuando lo haces los beneficios que puede añadir a una expedición son evidentes.
Llegó la hora de movernos más al norte, concretamente al parque nacional de Sarek. Para llegar a este impresionante lugar se toma la carretera que los Sami llaman “ a ninguna parte”. Un viaje que con la carretera helada por las bajas temperaturas y con nuestra furgoneta cargada hasta los topes y con un remolque resultó de lo más delicado.
Una vez en la entrada del parque, enganchamos nuestras pulkas, los esquís y nos adentramos en uno de los grandes y salvajes valles que albergan grandes lagos helados. Para progresar en estos lados helados llevamos material de seguridad que complementa al entrenamiento que como he dicho hicimos para ser capaces de salir del agua helada en caso de rotura del hielo. Llevamos al cuello una especie de piquetas de hielo, llamados icepeaks, que en caso de caer al agua las utilizamos para salir clavándolas en el hielo que tienes detrás de ti, es decir siempre tienes que intentar salir dandote la vuelta, pues es el hielo que ha soportado tu peso hasta ese momento.
Lanzamos una cuerda atada a nuestra muñeca para facilitar nuestro rescate a nuestros compañeros.
También llevamos una cuerda en la mochila en un lugar accesible que nos enganchamos a la muñeca y lanzamos para facilitar nuestro rescate a nuestros compañeros. Cualquier precaución es poca en estas condiciones, pues tu cuerpo no puede soportar más de un par de minutos como mucho dentro del agua a cero grados.
Como ya he mencionado en otras ocasiones llevamos más elementos de seguridad, por ejemplo el windsack, que por puede ser vital en caso de que uno de nosotros caigamos al agua, pues lo montaremos inmediatamente y con uno de nuestros hornillos de gasolina calentariamos a la persona que cayera al agua. Además siempre llevamos una bolsa estanca con un conjunto de ropa siempre seca que es fundamental para cambiarnos y quitarnos la ropa con la que hemos caído al agua. Toda precaución y preparación es poca para este tipo de entornos, y para eso nos entrenamos constantemente. Los campamentos en este entorno aislado y salvaje se vuelven mágicos cuando a la noche las auroras boreales envuelven de misterio y belleza toda la cúpula celeste.
Tuvimos oportunidad de seguir el rastro de los enormes Alces que pueblan el parque así como de las curiosas huellas de liebres y zorros árticos. Durante casi dos semanas recorrimos todo el parque, montando cada día nuestro campamento, orientandonos en este entorno tan blanco y de cielos tan claros que cuesta estimar las distancias debido a lo limpio que está la atmósfera.
Entre otras actividades específicas de la formación, construimos una cueva de nieve que nos pudiera cobijar a todos. La nieve estaba extremadamente dura y aunque éramos seis personas trabajando en la cueva, nos llevó más de cuatro horas dejarla lista para pasar la noche.
El penúltimo día recibimos por teléfono satélite el parte meteorológico que pronosticaba vientos de más de 100 kilómetros por hora en el parque. La consigna era clara, teníamos que salir de la zona abierta y expuesta y llegar a la zona de bosque para protegernos del viento. Esto suponía que el recorrido que teníamos previsto hacer en dos días lo teníamos que hacer en uno. Normalmente en estos entornos es difícil hacer grandes distancias al día, nosotros hacíamos una media de catorce kilómetros, sin embargo en esta ocasión tuvimos que apretar para ponernos a salvo.
Alcanzamos el bosque de noche, con el viento soplando y aumentando en velocidad por momentos. La comunicación se vuelve complicada y la navegación aún más. Aún así, llegamos a nuestro objetivo y montamos las tiendas en el bosque. La noche, aunque con viento fue un bálsamo perfecto pues estábamos bastante cansados por el esfuerzo realizado.
Al día siguiente, con fuerte viento, pero protegidos por el bosque, nos dirigimos a la entrada del parque donde esperaba nuestro transporte. El viaje de vuelta a Ritsem fue otra gran prueba de conducción en carreteras heladas, incluso para nuestro instructor, Jaakoo, de origen finlandes, acostumbrado a estas condiciones.
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